Ronald Dworkin, el último gran filósofo del derecho

En sus obras, en sus artículos y la su docencia, el filósofo construyó una ontología del derecho sumamente avanzada

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Qué duda cabe que Ronald Dworkin dejó cómo legado más importante su contribución a la filosofía jurídica, moral y política, con especial repercusión en la interpretación judicial. A diferencia de los clásicos intelectuales que se encierran en un marco teórico y una propia zona de confort, Dworkin se esforzó por discutir las implicancias de sus teorías en el debate público; por ejemplo, en cuestiones como el aborto, la eutanasia o el racismo. En esta breve semblanza repasaremos la vida, obra y pasión por las letras de aquel hombre de pensamiento liberal que se enfrentó al conservadurismo jurídico imperante.

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En sus obras y en el ejercicio de la docencia, el filósofo construyó una ontología del derecho sumamente avanzada, a la par que no se desligaba de los problemas fundamentales de la actualidad, haciendo textos digeribles para los lectores de nuestro tiempo. Era un convencido de que el derecho era una necesaria derivación de nuestros dilemas morales. De ese modo, se hizo muy famoso entre el público estadounidense por las reseñas de libros que presentaba en su columna de la New York review of books. En sus escritos abarcó tres grandes saberes: la filosofía política, el derecho constitucional y la teoría general del derecho.

Uno de sus grandes aportes al pensamiento jurídico fue la revolución que significó, a mediados del siglo XX, su reflexión sobre la necesidad de una interpretación judicial, algo que había desaparecido por el excesivo mecanicismo en la práctica jurídica, que se encubría con el nombre de “realismo legal”, personajes que pregonaban que el derecho era indisoluble de los fenómenos contextuales, casi una fantasía; y que por ello, la interpretación judicial se podía desvirtuar por las preferencias políticas de los jueces. De algún modo, Dworkin se había desencantado con la realidad de su tiempo. Después de cuatro años trabajando en Wall Street se dio cuenta de que no quería esa vida y que el único modo de vivir con autenticidad era pensar y discutir sobre cuestiones universales.

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En 1962 empezó a dar clases en la Universidad de Yale y seis años más tarde ocupó la cátedra de Jurisprudencia en Oxford, sucediendo a uno de sus principales rivales teóricos, el filósofo del derecho H. L. Hart. En Los derechos en serio, Dworkin supera a Hart, y propone una nueva forma de entender la labor de los jueces. Para el filósofo, las distinciones entre el derecho, la política y la moral estaban obsoletas; pues los saberes jurídicos no se limitan a un sistema normativo, sino que existen principios que deben guiar la labor de los magistrado, de ese modo, la política y la moral son esenciales para emitir una decisión judicial. De algún u otro modo, para Dworkin el derecho y la administración, eran “una rama de la moral”, por lo que entendía que la dignidad humana debía encontrase en el centro del conocimiento.

Por otro lado, Dworkin se oponía a la tesis de John Rawls sobre la naturaleza irreconciliable en la comparación de la libertad y la igualdad. No comprendía una dimensión de sacrificios de los derechos, pues su perspectiva liberal no era la clásica. Para él, estos principios parecían colisionar si la igualdad equivalía a una especie de nivelación absoluta de las circunstancias de los individuos; y si se entiende que la libertad significa libre albedrío. El filosofía creía concienzudamente que esta concepción era bastante limitada, y que requería una superación. En ese sentido, defendió idea de que los derechos eran como triunfos históricos, llamados a desmontar cualquier consideración política, económica o moral que puedan cuestionar la igualdad y la libertad protegidas por la Constitución.

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El gran logro de Dworkin, entonces, fue postular la necesidad de que los sistemas jurídicos acepten una concepción más elevada del derecho, que priorice los derechos humanos. En una posición amplia y científica, insistió en que los principios morales deben servir para interpretar el derecho y que siempre habrá una respuesta adecuada a los conflictos planteados por la práctica jurídica. Por ello, la muerte de Dworkin, el 14 de febrero del 2013, ha dejado un incalculable vacío en el saber universal. Resulta indispensable leer, analizar y discutir su obra; sobre todo entre los jóvenes ávidos de conocimiento jurídico. Este pequeño homenaje termina aquí.

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