Lo que olvidamos cuando exponemos el alegato

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Otro problema, quizá el principal, cuando exponemos el alegato: aburrimos al juez. El reconocido abogado Julio García Ramírez, en Las cuatro habilidades del abogado eficaz, nos advierte las terribles consecuencias que origina aburrir al juez y nos enseña lo que debemos hacer para cambiar nuestras malas costumbres al exponer el alegato. 

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¿Qué es lo que hacemos cualquiera de nosotros cuando nos sentamos a escuchar una conferencia y el conferenciante empieza leyendo su discurso?

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Pues, aparte del enfado inicial, lo normal es que desconectemos al segundo minuto o, cuando menos, que tal circunstancia nos obligue a prestar más atención. Tengamos presente que el hecho de escuchar provoca un esfuerzo de retención importante: nos cansaremos antes y dejaremos de estar pendientes.

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Entonces, ¿por qué a menudo leemos los alegatos? Si nos aburre escuchar cómo un conferenciante nos lee su discurso, ¿por qué no vamos a aburrir a un juez si hacemos to mismo? ¿Acaso el juez es distinto de nosotros? Pues no: le aburren y le gustan generalmente las mismas cosas que a cualquiera, y en lo que respecta a la comunicación que hemos de tener en sala, al juez no le agrada que se le lea el alegato casi palabra por palabra.

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Pero también debemos tener en cuenta que en la sala estará nuestro cliente y. sin duda, le daremos una mejor impresión si interpretamos el alegato sin apenas apoyarnos en el papel que si lo leemos. Por un lado, le transmitiremos más confianza en el trabajo que hemos desarrollado para él y. con respecto al órgano juzgador, qué duda cabe que ayudará a que nuestro alegato sea más creíble.

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Pongámonos por un momento en el lugar de un juez: estamos sentados en la sala, con anterioridad y durante unos pocos minutos hemos echado un vistazo a la demanda y a la contestación del procedimiento cuya vista se va a celebrar a continuación (no hablo ya do si nos hemos leído o estudiado la demanda o contestación con anterioridad). Después de la prueba practicada empieza el actor a repetir en sus conclusiones prácticamente lo mismo que en su escrito de demanda, incluida la reiteración de las sentencias, que se encuentran perfectamente especificadas en el escrito.

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¿Cuál es el primer sentimiento que se nos pasaría por la cabeza? Seguramente una sensación de aburrimiento y una falta de interés en el desarrollo de la vista de un asunto similar que se ha enjuiciado con anterioridad en bastantes ocasiones.

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Pero lo realmente peligroso de aburrir soberanamente al juez consiste en lo siguiente: cuando vayamos a exponer nuestro argumento básico, que implique la clave del procedimiento, seguramente ya habrá desconectado hace cinco minutos y difícilmente conseguiremos que nos preste la atención que demandamos en ese instante… y, por desgracia, la mayoría de nosotros ya hemos vivido dicho instante alguna vez.

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En consecuencia, si la primera norma para captar la atención de las personas que componen un auditorio es no aburrirlas… no aburramos al juez. Y, desde luego, se debe evitar la reiteración de la mayor parte de lo especificado en los escritos, que tanto trabajo y sacrificio nos ha costado crear.

Luchemos por hacer un esfuerzo en la concisión de nuestras argumentaciones, ayudémosles a dictar resoluciones conformes a nuestros intereses, interpretemos (más adelante explicaré cómo) un alegato para conseguir captar su atención y solo así evitaremos la mayor enfermedad de la atención, que además no tiene cura posible cuando está avanzada: el aburrimiento.

18 Mar de 2017 @ 12:38

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