Hablamos para que el juez nos escuche, pero ¿escuchamos nosotros al juez?

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Este post era necesario. Los abogados cometemos el error de quejarnos porque el juez pone cara de aburrimiento cada vez que hablamos, cuando en realidad muchas veces actuamos como si hiciéramos alegatos dignos de una película. Y no es así. El reconocido abogado Julio García Ramírez, cuyo libro Las cuatro habilidades del abogado eficaz recomendamos con entusiasmo, nos llama la atención en lo tocante a este importante punto.

 

Nos solemos quejar de que, en numerosas ocasiones, los jueces no nos prestan la más mínima atención cuando escuchan nuestras intervenciones en sala y no ocultan en muchos casos su aburrimiento. Pero, con independencia de que un juez determinado no respete nuestra labor profesional (ya que el cliente percibe dicha falta de interés sin lugar a duda), nos debemos preguntar en qué medida somos responsables de esta situación.

Tenemos mucha responsabilidad, ya que durante años hemos estado aburriendo al juez con alguno de nuestros alegatos que, en muchos casos, sobre pasaba los veinte minutos, para decir a veces lo mismo que estaba ya perfectamente desarrollado y expresado en nuestros escritos de demanda o contestación.

Sinceramente se han hartado, y muchos no pueden ocultar su indignación y apatía hacia nuestros alegatos. Cuántas veces el juez nos ha dicho: «Lo que ha dicho usted ya está en sus escritos, le ruego que no lo reitere» y seguimos haciéndolo. Es más, como disculpándonos, se ha creado un hábito de decir antes de nuestra exposición: -Seré breve, su Señoría-, como queriendo decir: «Digo mi alegato lo más rápido posible y me voy».

Pero estamos equivocados, ya que debemos sustituir la expresión -seré breve» por «seré conciso», que implica basar nuestro alegato en centrar el objeto del proceso en el punto verdaderamente controvertido del pleito y probarlo, ya sea en un minuto o en diez. Este es el verdadero arte de la oratoria ante los tribunales.

Por tanto, tengamos en cuenta el hecho de que los jueces están obligados a oír nuestros alegatos, pero la verdad es que solo escucharán lo que crean conveniente para dictar una sentencia conforme a su criterio y la prueba practicada. Y es en di­cho punto donde tenemos que hablar y conectaren la misma frecuencia que ellos, debemos ayudarles a dictar sentencias y les ayudaremos cuando nuestro alegato se base en centrar el objeto controvertido del pleito y les demostremos cómo lo hemos probado.

Es, en el fondo, lo que al juez le interesa para dictar sentencia y, de hecho, están deseando que les hablemos en tal registro. Es como si a veces los abogados habláramos en una frecuencia distinta a la que necesitan los jueces para dictar sus resoluciones. Por eso tan a menudo no nos entendemos, no nos escuchamos: no nos respetamos, en definitiva.

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