Los doce juicios que cambiaron la historia

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Bienvenidos a una lección de historia del derecho. Muchas de las garantías de las que hoy podemos valernos para defender nuestros derechos en un juicio, les fueron negadas a grandes protagonistas de la historia a los que se les siguió procesos no debidos. ¿Tiene sentido, entonces, estudiar estos «procesos» en los que se conculcaron todo tipo de garantías? Para el libro que hoy compartimos, Doce juicios que cambiaron la historia, la respuesta es afirmativa, porque justamente se trata de no olvidar todo lo que hemos tenido que pasar para llegar aquí.

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El texto que aquí presentamos recorre la vida y el proceso de personajes como Galileo Galilei o Giordano Bruno, quienes lucharon contra la intolerancia de aquellos que, legitimados por una pretendida autoridad divina, controlaban el flujo del conocimiento, que tan amenazante resultaba para conservar el poder. Los procesos contra Sócrates, Jesús de Nazaret y Jan Hus dan cuenta del uso indebido que las autoridades hicieron del ius puniendi para así librarse de sus críticos, quienes cuestionaban sus privilegios y el monopolio que mantenían sobre “la verdad”.

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Esta actitud de persecución también se advierte en el caso Dreyfus, en el que la ilegalidad, la xenofobia y la falta de garantías indignaron a las mentes más lúcidas de su tiempo. Los juicios de Núremberg y el proceso contra Al Capone son modelos de la creatividad que debe desplegar un fiscal al investigar, y la valentía que se espera de un juez para sentenciar a quienes han dañado a la sociedad. Del juicio contra Oscar Wilde asustan los argumentos esgrimidos por la fiscalía y el juez, quienes, espantados por diferencias inocuas, reprimieron la diversidad que ninguna democracia se atrevería a cuestionar en la actualidad.

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Hubo otros personajes, como Miguel Hidalgo y Costilla y Juana de Arco, a quienes la historia ha reivindicado por haber luchado y muerto en aras de la libertad de sus pueblos. Luis XVI, por el contrario, fue condenado por oprimir al suyo. Descifrar los valores que guiaron a los acusadores y a los jueces de esas épocas nos ayudará a comprender mejor nuestras instituciones y a ajustar sus procedimientos y objetivos a la hora de conquistar nuevas libertades.

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Sócrates. ¿La búsqueda de la verdad es un delito?

El juicio seguido contra Sócrates se realizó en 399 antes de Cristo. Los tribunales atenienses condenaron al filósofo por el delito de corromper a los jóvenes y por su manifiesto escepticismo sobre la existencia del panteón griego. Del suceso, solo se cuenta con los relatos de Platón y Jenofonte. Sócrates era una figura conocida en Atenas. Su celebridad se debía tanto a las denostaciones de sus detractores (pensemos en las referencias de Las Nubes de Aristófanes) como a los elogios de sus pupilos, en los primeros textos platónicos. La acusación formal impulsada por Anito, Meleto y Licón contra Sócrates dio lugar a un proceso donde el arconte —funcionario con facultades de decisión aún controvertidas por la historiografía— pidió a Sócrates que compareciera ante un jurado compuesto por 500 ciudadanos atenienses libres para defenderse de los cargos que se le imputaban: corrupción de la juventud ateniense e impiedad. Fue declarado culpable por 280 votos de los miembros de dicho jurado. Después de una inescrutable negociación, que parecía más una burla de Sócrates en contra de sus detractores, el arconte propuso la pena de muerte. El jurado estuvo de acuerdo en la condena impuesta, según Platón, por el tono de burla y provocación que el filósofo mostró durante el juicio. Si bien los amigos de Sócrates organizaron su huida de Atenas, él se negó. Su último acto como ciudadano sería obedecer las leyes.

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Jesús de Nazaret. La prédica religiosa como delito

El proceso a Jesús de Nazaret tuvo lugar el día 13 del mes de Nisán del año 3790 del calendario hebreo, o sea, en el siglo I d.C. (aproximadamente entre el 32 y el 34 d.C). Realistamente, no se cuenta con muchos datos concretos de lo que significó su realización. El historiador romano Tácito señala que “el tal Cristo” había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato. Así, se refuerza la historia contada por los evangelios: Jesús no fue condenado por Pilato, sino ajusticiado por este, ya que la condena por “blasfemo” había tenido lugar en dos irregulares juicios. En el último de estos había sido condenado a muerte. Lo cierto es que los judíos nunca reconocieron a Jesús como el salvador que vaticinaban relatos bíblicos. Pero, ¿por qué exigieron una condena ajena a la ley judía, como la crucifixión, y que fuera llevada a cabo por el poder romano? En primer lugar, debemos resultar que los mensajes cristianos había criticado fuertemente el poder y la riqueza que ostentaban los sumos sacerdotes de la época, representando un grito de liberación para aquellos que lo habían escuchado hablar de unas leyes que esclavizaban al hombre, predicando la ley del amor a Dios y al prójimo y la fraternidad de todos los hombres. Este anhelo de justicia social era incompatible con la segmentación social de la sociedad romana. Con respecto al porqué fue procesado por la justicia romana, esto tiene una explicación política mas no legal. Judea, reino clientelar de Roma, era entonces gobernada por Herodes Arquelao, hijo del anterior rey; y este hizo algo que disgustó profundamente al poder tradicional, y en pro de un control político definitivo creó la provincia romana de Judea. La ley vigente pasó a ser la romana. ¿Pero por qué crucifixión, cuando en otros casos no se había actuado igual? Los jerarcas buscaron la mayor humillación posible para quien amenazaba su poder.

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Jan Hus. ¿Por qué el Papa pidió perdón?

Hus, checo de nacimiento, era profesor universitario y sacerdote en Praga, cuando se convirtió gradualmente en un propulsor de reformas religiosas. Se vio influenciando nítidamente por los trabajos de John Wycliff, que llegaron a Praga a fines del siglo XV. Consolidó sus ideas y planteó abiertamente una profunda depuración de la Iglesia Católica. Reprochaba a los representantes eclesiásticos su manera de comportarse y su baja moral. Por el año 1408, en un contexto de crisis para la Iglesia, el Papa editó una bula que prohibía las ideas de John Wycliff. En el otoño de 1412, el Papa prohibió la celebración de oficios en la ciudad durante la presencia de Hus; por lo que se tuvo que trasladar al campo, concretamente a Kozí Hrádek, en Bohemia del Sur. Jan Hus, residió allí entre los años 1413 y 1414. Hasta la actualidad, La mayor concurrencia de visitantes se registra el día 6 de julio cuando se oficia allí una misa en conmemoración del mismo Jan Hus. Mientras Hus permanecía en Kozí Hrádek, la Facultad Teológica de Praga lo calificó como hereje. Los profesores lo acusaron de desviarse de los dictámenes de las autoridades eclesiásticas y apoyaron la decisión del emperador greco-romano Segismundo de someterlo a juicio en el Concilio de Constanza. En octubre de 1414, Hus se presentó en esa ciudad: el sacerdorte partió estando convencido de que tendría la posibilidad de discutir sobre sus tesis y cuestiones de fe. Para este fin se había preparado con antelación un discurso que tituló ‘Oración de paz’ (Sermo de pace). Pese a todo, el concilio eclesiástico ante el que compareció Juan Hus era en realidad un tribunal que tenía el derecho de decidir si las ideas de Hus estaban o no en contradicción con la fe cristiana. Sus miembros le plantearon abjurar de sus ideas o someterse a la hoguera. La sentencia fue llevada a efecto el 6 de julio de 1415.

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Juana de Arco. ¿Loca, guerrera o iluminada?

Desde muy joven, Juana de Arco comenzó a escuchar “voces”, según ella, pertenecientes a San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita, que le ordenaban que vaya en auxilio de el Delfín Carlos de Valois, quien había sido despojado de su trono en Francia por los ingleses en la denominada guerra de los Cien Años. Finalmente se le concedió el permiso, para que en 1429, pudiera salir de Domrémy hacia Chinon, donde fue recibida por el Delfín. Lo convenció de que le entregara el mando de algunas tropas, y logró liberar Orleáns, despertando un exacerbado patriotismo y espíritu de lucha en sus soldados. Fracasado su intento de apoderarse de París, Juana condujo sus tropas a Compiegne, pero fue hecha prisionera y finalmente vendida a los enemigos ingleses. Acusada de herejía, las irregularidades del juicio comienzaron por la jurisdicción de Beauvais, a la que ella no pertenecía. Además, un alto tribunal eclesiástico de Poitiers, la había absuelto un año antes, quedando libre de toda sospecha de tener tratos con el demonio, y era el mismo arzobispo el que daba fe de “la piedad y la honradez” de Juana. Después de cinco días de interrogatorio capcioso y solapado, las respuestas de Juana continuaron siendo claras y categórica. El 18 de marzo de 1431, terminó la investigación privada y se leyeron 70 cargos contra Juana, entre los que había tergiversaciones de sus palabras. Se emplearon dos días en leer estas acusaciones, entre las que se incluían rumores, mentiras y falsedades. Juana mantuvo su negativa, y fue llevada a la sala de los tormentos. Posteriormente, las setenta acusaciones quedaron reducidas a doce. Exhausta después de un año de prisión y de prolongados interrogatorios, Juana enfermó gravemente y los ingleses temieron que muriera sin ser ejecutada. El pueblo todavía amaba a Juana, pero la autoridad prosiguió en sus maquinaciones, haciéndola caer en perjurio, ya que le dejaron solamente ropas de hombre, que debió usar para cubrir su desnudez. Condenada por este delito, fue llevada a la hoguera el 30 de mayo de 1431, día en que murió pronunciando el nombre de Jesús.

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Giordano Bruno. El derecho a saber: las normas frente a la ciencia

Giordano Bruno vivió en unos años en que la Iglesia perseguía duramente en Italia a todos los seguidores de Lutero y Calvino. Bruno fue denunciado por ello a la Inquisición. La acusación, sin embargo, no tuvo consecuencias y Bruno pudo proseguir inicialmente sus estudios. Fue un individuo avanzado para la época y rápidamente se interesó por la emergente literatura científica de su época. Bruno rechazaba, como Copérnico, que la Tierra fuera el centro del cosmos; lo que era considerado una herejía. En 1575 fue acusado formalmente de este cargo ante el inquisidor local. Sin ninguna posibilidad de enfrentarse a una institución tan poderosa, decidió huir de Nápoles. Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras, lo invitó a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a. Pese a los riesgos de volver a Italia, el filósofo aceptó y se trasladó a Venecia a finales de 1591. Allí daba clases en la Universidad de Padua. El 23 de mayo de 1592, cuando despertó, Mocenigo entró a su habitación con algunos gondoleros, que sacaron al filósofo de la cama y lo encerraron en un sótano oscuro. Al día siguiente. La Inquisición arrestó a Bruno, confiscando todos sus bienes y libros. Tres días más tarde dio comienzo el juicio. Cuando fue interrogado, Bruno explicó que sus obras eran filosóficas y en ellas sólo sostenía que “el pensamiento debería ser libre de investigar con tal de que no dispute la autoridad divina”. En febrero de 1593 fue puesto en manos de la Inquisición Romana. Giordano Bruno pasó siete años en la cárcel. Cuando compareció ante el tribunal, en enero de 1599, era un hombre delgado y demacrado, pero que no había perdido un ápice de su determinación. El 4 de febrero de 1600 se leyó la sentencia. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Index.

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Galileo Galilei. ¿Es el Derecho promotor o detractor de la ciencia?

Desde el principio, el Santo Oficio se hizo cargo del caso Galileo y le ordenó presentarse de inmediato en Roma. Durante varios meses, Galileo intentó retrasar el largo viaje a Roma, apelando a su edad y su precario estado de salud, pero el Papa Urbano se mostró inflexible. Finalmente llegó en febrero de 1633. El juicio consistió en una serie de interrogatorios por el Comisario del Santo Oficio, con la intención de obligar al acusado a admitir que había defendido la doctrina copernicana. Pero entonces, Galileo mostró el certificado recibido tiempo atrás de Bellarmino, que parecía implicar que dicho requerimiento nunca se había dado. Ello obviamente sorprendió mucho al Comisario, que cambió su argumentación: ¿No había violado Galileo la orden del sacerdote Bellarmino, incluso, simplemente con defender en su obra Diálogos la opinión prohibida? Galileo insistió en que su libro en realidad no hacía tal cosa. En ese momento, la evidencia sugiere que el Comisario, buscando una solución indulgente, obtuvo permiso para tratar con Galileo “extrajudicialmente”, con el fin de culminar el proceso con la confesión, sin obtener lo que pretendía. El Santo Oficio procedió a iniciar el juicio. Pero para los jueces el asunto ya estaba claro: Galileo había defendido una opinión proscrita que había sido declarada contraria a las sagradas escrituras, algo que el sacerdote Bellarmino le había ordenado específicamente abandonar. En junio de 1633, Galileo fue sentenciado por “vehemente” sospecha de herejía. Galileo recibió la orden de abjurar de la opinión condenada. La negativa a abjurar habría supuesto la muerte en la hoguera. Galileo abjuró y fue sentenciado a permanecer bajo arresto domiciliario. Abrumado por la pérdida de visión, murió en 1642, y fue enterrado en la iglesia de la Santa Croce en Florencia. Una propuesta de un mausoleo en su honor fue desechada: Urbano no había perdonado al hombre que, según él, “había provocado un escándalo tan universal”. En 1992, finalmente, el Papa Juan Pablo II declaró que los teólogos se habían equivocado en 1616.

Luis XVI. ¿Rey o tirano?

Luis XVI parecía tener el destino marcado ante la huida que protagonizó durante la Fuga de Varennes. Esa deserción destapa al rey como un traidor que trata de pasarse al enemigo. Luis XVI trato de protegerse, cobardemente, en la Asamblea Legislativa. Le suspenden de sus funciones y el protegido se convierte en prisionero; consecuentemente se decreta la abolición de la monarquía. Una semana después la Convención crea una comisión para investigar la traición del Rey, que en noviembre presenta el Informe sobre los crímenes imputados a Luis Capeto (su nombre de ciudadano). Este fue un proceso político por excelencia por lo que no se vio en fueros judiciales, sino ante la Convención Nacional. El 11 de diciembre de 1792, el ex monarca comparece, y los parlamentarios leen, a continuación, 42 acusaciones concretas y luego proceden a interrogarlo. Tres abogados defensores le son adjudicados, los tres pagarán haber defendido a Luis Capeto durante el Terror. De Sèze, que es abogado de profesión, plantea una defensa combativa, pero la única esperanza para Luis XVI es que la Convención acepte someter su sentencia al veredicto popular. Una mayoría aplastante vota a favor de la culpabilidad del antiguo monarca en desgracia; y en contra del referéndum. Finalmente, la mitad de los diputados vota porque se le aplique la pena de muerte inmediatamente. La suerte de Luis Capeto está echada. La ingrata misión de comunicarle la sentencia es asumida por el más anciano de sus defensores, Malesherbes, hombre de la Ilustración y famoso botánico que se había retirado de la vida pública. El 21 de enero Luis es trasladado en una carroza desde la prisión del Temple, donde queda encarcelada el resto de la familia real, hasta la plaza de la Concordia, entonces llamada “de la Revolución”. Es ejecutado en la guillotina, curiosamente un invento progresista de la Revolución Francesa, que proporciona una muerte rápida y sin sufrimiento.

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Miguel Hidalgo y Costilla. ¿Es delito luchar contra la opresión?

Vale la pena recordar los últimos momentos en la vida de Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador de la guerra de Independencia de México, a quien se conmemora todos los 15 de setiembre, por el histórico Grito de Dolores, que dio pie a la insurgencia popular. Uno de los momentos clave de la revolución es el juicio eclesiástico en su contra, el cual comenzó en 1800 y culminó en 1811, año en que fue fusilado. Fray Joaquín Huesca fue quien acusó a Miguel Hidalgo de hereje, supuestamente porque el cura se expresaba mal de algunos miembros de la Iglesia, era lector y entendía que las leyes humanas eran importantes. Declaró también que Hidalgo tildaba a la mayoría de los hombres de la Iglesia como ignorantes. Ante las denuncias, los inquisidores realizaron informes sobre el comportamiento del cura Hidalgo. Pasados cerca de 12 meses, el fiscal de la inquisición determinó que no existían pruebas suficientes para llamar a Hidalgo. En 1807, el aristócrata Miguel Castilblanque, denunció a Hidalgo por ser sospechoso de herejía y aseguró que había escuchado cosas “monstruosas y malas” del cura. Fue hasta el inicio de la guerra de Independencia, en 1810, cuando el Tribunal de la Santa Inquisición decidió reabrir el expediente e incluir todas las acusaciones realizadas contra Hidalgo y relacionarlas con su participación en el movimiento insurgente. La Santa Inquisición solicitó al cura Miguel Hidalgo y Costilla presentarse a declarar sobre los cargos de herejía, apostasía y sedición. Hidalgo nunca se presentó a declarar, pero el 15 de noviembre de 1810 publicó manuscrito en donde rebatía las acusaciones de la Iglesia y dejaba claro que no era hereje. En febrero de 1811, el Tribunal de la Santa Inquisición terminó de armar el expediente de Hidalgo y concluyó que era culpable de 53 crímenes en contra de la Iglesia. De ese modo, se leyó a Hidalgo la sentencia de muerte del tribunal militar y pronunciada el 26 de julio de 1811 por el comandante Salcedo. Previo a la ejecución, Hidalgo realizó el sacramento de la confesión y comulgó, por lo que quedó libre de toda excomunión.

Caso Dreyfus y carta abierta de Émile Zola. ¿El amigo del enemigo es también enemigo?

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En 1894, los servicios de contraespionaje del Ministerio de Guerra francés interceptaron un documento dirigido a cierto agregado militar alemán en París, en el que trascienden informaciones concretas sobre las características del nuevo material de artillería francés. Se acusa al capitán Alfred Dreyfus, de ser el autor. Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición. Pese a las declaraciones de inocencia del acusado, se lo condena a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Sin embargo, familia de Dreyfus, convencida de su inocencia, habla de error judicial y busca apoyos entre los políticos y los medios de comunicación. En marzo de 1896, el coronel Picquart, descubre un telegrama que no deja dudas de que Esterhazy es el informador de los alemanes en Estado Mayor francés. Picquart informa a sus superiores y expresa su convicción de que fue un error atribuir el escrito a Dreyfus. Los tribunales militares, dominados por camarillas de extrema derecha y antisemitas, se niegan a revisar el caso Dreyfus. En 1897, Mathieu Dreyfus, hermano de Alfred, promueve una campaña en Le Figaro para exigir que se investigue a Esterhazy y se revise el juicio de 1894. La extrema derecha reacciona de inmediato. Indignado, Émile Zola, próximo a la izquierda radical y a grupos socialistas, se involucra en el asunto. En diciembre de 1897, Esterhazy, cuya letra es idéntica a la de los facsimiles del escrito que la prensa ha reproducido, es inculpado y comparece ante un tribunal militar; los jueces lo absuelven en enero de 1898. Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión ante la opinión pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo acuso». Ese mismo día, la policía detiene al teniente coronel Picquart. Por esta carta recibió amenazas de distintos tipos y sectores, fue juzgado y condenado y debió enfrentar el exilio. Zola regresa de su exilio en junio de 1899. Dreyfus, es trasladado a Francia, se somete a un segundo juicio y de nuevo le condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se cometió antes. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiembre de 1902, Émile Zola muere misteriosamante asfixiado en su casa, debido a las exhalaciones de una chimenea.

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Oscar Wilde. El Estado frente a la intimidad

En 1894, el Marqués de Queensberry envió a Wilde una carta titulada “Para Oscar Wilde, el sodomita”, y fue este hecho el que provocaría, luego de una serie de altercados, que el escritor decidiera denunciar por difamación y calumnias al noble; y subsiguientemente este iniciara una contrademanda a Wilde bajo los cargos de sodomía y grave indecenciaEdward Clarke, una destacada figura en los tribunales londinenses, fue quién decidió llevar el caso de Wilde. Una ley de 1885, tipificaba como delito de “flagrante indecencia” cualquier forma de actividad sexual entre personas del mismo sexo. Con este presupuesto, en abril de 1895, se inició el primer juicio de Wilde (en este caso como acusador). Wilde defendió sus trabajos ante las insinuaciones de Carson, el abogado del Marqués, sobre su supuesta inmoralidad. “Los libros están bien o mal escritos, no existe la inmoralidad en el arte”, expresaba el escritor. Wilde lo hizo lo mejor que pudo para transformar el juicio en una broma con respuestas frívolas, casi hasta ganarse la simpatía del público. Por ello, el jurado parecía asombrado cuando Carson aportó pruebas, desde elegante ropa a bastones de empuñadura de plata que Wilde admitió regalaba a sus compañeros jóvenes. Ningún testimonio que Douglas pudiera dar, por muy convincente que fuera, podía salvar de una condena a Wilde. Clarke instó a Wilde a retirar la acusación. Wilde estuvo de acuerdo y a la mañana siguiente Clarke anunció la retirada de la acusación por difamación. Cuando Wilde supo, a través de un periodista, que su orden de arresto se había publicado, el artista enmudeció. El segundo juicio que afrontó Wilde, con causa penal incluida, se inició el 26 de abril de 1895. Wilde y Alfred Taylor, su presunto proxeneta, hicieron frente a 25 cargos de graves indecencias y de conspiración para cometerlas. Un desfile de jóvenes testigos de la acusación testificaron acerca de su papel ayudando a Wilde a satisfacer sus fantasías sexuales. Parecía que el fin estaba cerca. El cuarto día del juicio, en un acto conmovedor, Wilde subió al estrado. Su arrogancia del primer juicio había desaparecido. Cuando le preguntaron por un verso que había dedicado a Douglas, reconoció abiertamente su homosexualidad con un conmovedor discurso.

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Dirigentes Nazis (Juicios de Núremberg). Condena sin Derecho: claroscuros de la retroactividad

Al iniciar su argumentación en los denominados Juicios de Núremberg, el fiscal principal Robert Jackson dijo: “deseamos aclarar que no es nuestra intención juzgar a todo el pueblo alemán”. Esta decisión, explicó Jackson a continuación, resultó del hecho que la mayoría del pueblo alemán no estaba identificado con las acciones de los nazis. Las veinticuatro personas acusadas en el juicio, alemanes y austriacos, fueron definidas como personas que activaban “como líderes, organizadores, instigadores o asistentes” en la perpetración de los crímenes del nacional-socialismo. De hecho, sólo veintidós de los acusados fueron juzgados: uno de los acusados (Robert Ley) se suicidó, y otro acusado (Gustav Krupp), se enfermó. Martin Bormann fue juzgado in absentia ya que se evadió de los aliados y se ocultó utilizando una identidad falsa. Entre los acusados se encontraban Hermann Goering, comandante supremo de la fuerza aérea y a cargo del programa de armamento para la guerra, el segundo en importancia en la jerarquía nazi después de Hitler; Ernst Kaltenbrunner, jefe de “la oficina principal de seguridad del Reich” y jefe de la policía de seguridad SD, en su capacidad de supervisor de los campos de concentración; y Albert Speer, ministro de armamento y de producción militar y amigo cercano de Hitler. Después del juicio de los jefes de la dirección nazi que se celebraron en Núremberg entre el 25 de octubre de 1946 hasta el 13 de abril de 1949, once juicios adicionales de funcionarios con cargos de rangos más bajos en el partido nazi. Entre los 117 acusados que fueron juzgados en esos juicios había médicos nazis, comandantes, jerarcas de la industria y del sistema judicial alemán. Debe destacarse que las consideraciones para llevar a juicio en la serie de juicios que siguió al primer juicio de Nuremberg no se originaron en decisiones fundamentales judiciales y morales solamente sino que estuvieron influenciadas por factores prácticos-políticos relacionados con el nuevo orden mundial después de la guerra.

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Al Capone. Fiscales creativos ante grandes desafíos penales

Manny Sullivan era un oscuro traficante de whisky en los sedientos Estados Unidos de la década de los veinte. Al igual que a otros miles de contrabandistas, la llamada Ley Seca —prohibía la producción, venta y consumo de alcohol— le había permitido ganar miles de dólares evadiendo la ley. Pese a todo, se puede decir que pasó a la historia por la forma en que la Corte Suprema resolvió su caso: en mayo de 1927, lo condenó a pagar impuestos por las ganancias que obtenía contrabandeando alcohol. ¿Cómo podía ser que el Estado cobrara impuestos por el producto de una actividad ilegal? Sin embargo, las críticas se acallaron cuando las autoridades advirtieron de que las nuevas reglas de juego podían convertirse en la herramienta ideal para encarcelar al mafioso más sangriento y poderoso de los Estados Unidos: Al Capone. Hasta entonces, Eliot Ness, el famoso jefe de “Los Intocables”, había fracasado en obtener pruebas suficientes para juzgar a Capone por sus crímenes. El 5 de junio de 1931 se le informó a Capone que estaba acusado de 22 cargos de evasión impositiva, por un total de 200.000 dólares. Casi una bicoca para él. Sus abogados intentaron llegar a un acuerdo con el fiscal George Johnson. El 6 de octubre empezó el juicio. Sus hombres habían sobornado a los doce miembros del jurado. A Capone la sonrisa se le borró cuando el juez Wilkerson dio una orden insólita: “En la sala de al lado está empezando otro juicio. Lleven para allá a los integrantes de este jurado y traigan a los que están allí”. Capone se quedó helado. El 17 de octubre llegó el momento de los alegatos. El fiscal Johnson, un hombre de gruesos anteojos de marco dorado, se paró frente al jurado y señaló a Capone: ¿Alguna vez se lo vio ligado a un negocio legal? No. ¡Y su abogado todavía insiste en que este hombre no tiene ningún ingreso!”, gritó. Listo, fue muy convincente. Tras nueve horas de debate, el jurado declaró a Capone culpable por tres cargos. Una semana después, lo condenaron a 11 años de cárcel efectiva.

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1 Ene de 2018 @ 22:53

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