El reconocido letrado Julio García Ramírez ha compartido cinco temores recurrentes de los abogados que son totalmente racionales y que, sin duda, requieren soluciones racionales que provoquen mayor autocontrol y un mejor manejo mejor de la situación a la que nos enfrentamos. Aquí van.


1. No conocer el posible talante del juez

En este punto nos encontramos con dos alternativas:

» La primera consiste en preguntar a nuestro procurador todo lo relacionado con el juzgador. Sin duda —si es un procurador con experiencia y ha pasado varios juicios con él—, podrá orientarnos acerca de cómo es su talante en sala, cómo trata a los abogados, cuánto tiempo permite para las conclusiones, etc.

» La segunda consiste en pasarnos por el juzgado algunos días antes para ver su comportamiento en sala o, al menos, media hora antes de que empiece nuestro juicio.

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2. Sorpresa ante la respuesta jurídico-procesal del compañero y su predisposición a llegar a un acuerdo

Particularmente, siempre intento hablar con los compañeros antes de enfrentarme con ellos en sala. Si ya sin decir una sola palabra, con solo verlos, me puedo hacer una idea acerca de ellos, si intercambio impresiones, ya sea momentos antes de entrar en sala, por teléfono o personalmente antes del día del juicio, podré estar en mejor disposición para intuir su respuesta, sobre todo en los procedimientos donde la parte demandada no contesta por escrito, como ocurre, por ejemplo, en la mayor parte de los verbales o los juicios laborales.

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Todos hemos tenido experiencias en el sentido de comprobar cómo antes del juicio, y sin haber mantenido conversaciones previas con el compañero de la parte contraria, no se ha llegado a acuerdos que se podrían haber cerrado si ambos letrados hubiésemos intercambiado impresiones días antes de la fecha señalada para el juicio.

Pero aún hay más: hablar con el compañero de la parte contraria y observar si está dispuesto a negociar y en qué términos nos permite preparar a nuestro cliente de una manera óptima para que estudie el posible acuerdo que ambos letrados propongan.

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3. Temor a quedarse en blanco

Nunca, en mis años de ejercicio profesional, he visto a un compañero quedarse en blanco en el desarrollo de la vista. Nerviosos, tensos, imprecisos: muchos (como cuando yo empecé a ejercer, por supuesto), pero no bloqueados hasta el punto de no poder articular palabra, ya que los abogados tenemos una habilidad innata que se llama «instinto de supervivencia». Es fácil de comprender: todos lo hemos vivido en numerosas ocasiones, al estar nuestro cliente aliado, mirándonos en algunos casos con ojos inquisidores y en otros como si fuéramos su mejor amigo, provoca que saquemos fuerzas no sabemos de dónde, gracias a una hormona que es la adrenalina, la cual hace que, por lo menos, salgamos del paso.

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Pero, aunque sepamos racionalmente que no nos vamos a quedar totalmente en blanco, os daré un recurso que funciona muy bien para cuando perdáis por un momento el «hilo» de vuestra argumentación. Es el siguiente: cuando os quedéis pensativos porque habéis perdido momentáneamente el hilo conductor de vuestra argumentación, deberíais alargar la pausa unos segundos para que parezca que el silencio es provocado y no producto de los nervios.

A continuación os aconsejo decir: «¡Y lo que es más importante!». Funciona, ya que, en primer lugar, permite que ganemos unos segundos para que aparezca la idea que se nos había olvidado y, en segundo lugar, si no nos viene la idea, cambiamos de tercio y ni el cliente ni el juez lo notarán. Así le daremos un respiro a nuestro cerebro para que, con posterioridad, nos venga la idea que se nos había olvidado.

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4. Que las respuestas físicas delaten un estado de nerviosismo

En este caso, tal y como he especificado anteriormente, las respuestas físicas que delatan nerviosismo (sudoración excesiva, dolor de estómago, respiración acelerada, etc.), se deben a una falta de oxígeno, por lo que a través de una respiración que relaje como la que propongo (inspirar cinco segundos, aguantar el aire tres segundos y expulsarlo en cinco segundos) prácticamente desaparecen.

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5. Que, según el cliente, la actuación del compañero sea mejor, lo cual provoque cierta desconfianza en nuestra labor profesional

En la mayoría de los casos, la visión que tiene el cliente de nuestra labor profesional no es cualitativa, sino cuantitativa: esto es, si el compañero de la parte contraría ha hablado más que nosotros y ha expuesto mejor desde el punto de vista formal el alegato, pensará que dicho letrado es mejor, sin entrar a valorar si nosotros al hablar diez minutos menos hemos sido mucho más concisos y hemos centrado mejor los argumentos y la prueba practicada.

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También hay que tener en cuenta que, dado que gran parte de los clientes no han visto el desarrollo de un juicio en la vida, la imagen mental que tienen de un abogado en el acto del juicio no se diferencia de la de cualquier película americana, con esos alegatos de más de treinta minutos que nos tienen pegados al televisor, con una carga dramática evidente.

Por tanto, para el cliente el abogado que ha defendido mejor la causa es el que habla más y mejor según su propio criterio.

Pues bien, en esta punto, si queremos ganar la batalla de la aparente «apreciación» de nuestro cliente, es conveniente —dado que nosotros vamos a ser concisos y presumiblemente hablaremos bastante menos que el compañero de la parte contraria—, que le advirtamos de que «seguramente el letrado contrario hablará más, incluso gesticulará y parecerá más convicente, pero eso no quiere decir que vaya directamente al centro del asunto». Es más, yo después le suelo comentar: «Imagino que se ha fijado en la cara de aburrimiento del juez cuando el letrado de la parte contraria llevaba hablando más de diez minutos».

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De esa forma, el cliente no dudará, en principio, de muestra actuación en estrados. Al advertirle de lo que probablemente va a pasar incluso se llevará una buena impresión de nuestra labor profesional, pues prácticamente hemos «adivinado» lo que iba a ocurrir en sala.

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