El homo videns y la video-justicia

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Sólo dos libros leí de Giovanni Sartori. El primero, Homo Videns, La sociedad teledirigida y el segundo ¿Qué es la democracia?. Si bien a ambos se le pueden achacar algunas críticas, debo admitir que el primero fue el que más impacto me dio. Tal vez porque lo leí de muy joven (17 años) y porque tuve esa linda sensación de que lo que leía era algo que ya estaba percibiendo en la realidad, sin poder sistematizarlo ni teorizarlo justamente por la falta de herramientas/experiencia, pero algo que lograba percibirlo.

De la palabra a la imagen. El nacimiento del homo videns

Sin hacer una sinopsis del libro, dado que dudo que ese sea mi fuerte —sumando el tiempo que pasó desde que lo leí—, basta decir que Sartori plantea entre otras cosas que lo que ha traído la revolución multimedia no es otra cosa que un pasaje de un homo sapiens ligado a una cultura escrita y a un saber que se maneja en el espacio mental, abstracto, conceptual, a un homo videns que lejos de la inteligibilidad, la interpretación y la abstracción, se entrega por completo al mundo visual, a la percepción de lo concreto, en especial a la imagen. Una comunicación que —televisión mediante— de la impresión de la palabra (o la construcción a posteriori del relato radial) se pasa la imposición de imágenes.

Eso genera un tipo de ser humano, una categoría teórica distinta: el hombre video-dependiente, el homo videns. El libro infantil es reemplazado por un video-niño, y el hombre lector por una persona que recibe datos del mundo premasticados —intencional y discrecionalmente masticados—; de lo abstracto a lo concreto, del concepto a lo perceptible, de la idea a la imagen.

Pero claro, un homo videns, video-dependiente recibe de los mass media un conjunto de opiniones inducidas, teledirigidas (el autor habla de una opinión teledirigida). Esas opiniones y conceptos que ahora recibe el homo videns (ignorante per se) son intencionalmente distorsionadas, descontextualizadas, generando desinformación, pobreza crítica y criterios truncos. El receptor se atonta frente a las imágenes que todo le dicen, que en nada tiene que completar con procesos intelectuales posteriores. Todo llega en la imagen: el contenido, el cómo, el por qué, todo. Nada tiene que razonar dado que, justamente, ya todo viene preparado, teledirigido.

Se genera una masa acrítica, nula de posibilidades de entendimiento o razonabilidad; adicta al mensaje sencillo y vectorial, y muchas veces violento. Eso genera la debilidad mental: que se pueda fácilmente inculcarles la excitación, la violencia, la estupidez, la bobera. Todo ello sin demasiado esfuerzo.

El homo videns y la video-justicia

No recuerdo, sin embargo, que Giovanni considere un tema puntual que refiere a las concepciones de la justicia que se le pueden achacar a este nuevo hombre.

Me refiero a lo que personalmente llamaría la video-justicia. Esto implicaría, en más o en menos, que a todo el bagaje de no-conocimientos (casi un oxímoron adrede, diría) que se le implanta al homo videns por vía de los mass media, en especial la televisión, se le estaría comenzando a incluir una nueva noción de justicia. O mejor dicho: una nueva manera de hacer justicia.

A ver si me explico mejor: el homo videns atontado, abombado y adicto al mensaje premasticado, prefabricado del cual él no deba realizar ningún tipo de actividad intelectual (como lo haría con la palabra escrita), está comenzando a consumir un nuevo y especial concepto de justicia y de ajusticiamiento. Si recordamos que el pasaje del homo sapiens al homo videns es justamente de la racionalidad a la tontera y del concepto-abstracción a la mera percepción visual, podemos hablar ahora del pasaje de una concepción de la justicia tercerizada (estado, tercero imparcial, principios, derechos, garantías, proceso, leyes, etc.) a una justicia primitiva, ancestral. ¡Y ni siquiera el ojo por ojo del Código de Hammurabi! La Ley de Talión, lejos de la vendetta ilimitada, justamente planteaba una primitiva racionalidad y un límite a la venganza: ojo por ojo y diente por diente; no por capricho, sino para evitar “el ojo por los ojos” y el “diente por la dentadura”.

Con ese mensaje inicial, el homo videns entiende rápidamente que la justicia legal, la justicia del estado (aquélla que supo ser fruto de algunas que otras revoluciones a lo largo de la historia) deviene en inútil, en injusta; deja vacíos, deja crímenes aberrantes sin castigar de los cuales —lógicamente— algo se debe hacer. Se le implanta la lógica de la víctima y no del ciudadano. Se reemplaza la racionalidad del tercero que mira al delito desde afuera, por la irracionalidad (entendible) de quien sufre un delito grave en carne propia. Se fomenta que sea éste último quien tome la voz legislativa, se inculca su mensaje y su sed de venganza (ilimitada, pre talional).

Se le plantean valores radicales: delitos que no deben ser perdonados, delitos que merecen penas exorbitantes, delitos que “no se curan”, delitos que merecen un castigo distinto, extremo.

Posibles modelos de filtración

El proceso de gestación de esta nueva cultura, creo, ya está en marcha; es más: crece a ritmos exponenciales. La televisión es basura que viene cada vez en mejor calidad de imagen y en pantallas cada vez más grandes. Los contenidos son cada vez más jugosos para el homo videns y, apuntando al tema, muchos de ellos ya insisten en la generación de esta nueva idea de justicia.

Si bien el tratamiento del delito por parte de los noticiosos podría ser el primer punto de análisis, creo mejor, reparar en una muestra mucho más significativa: los programas de “periodismo de investigación”.

Se plantean nuevos modelos de juzgamiento en vivo. Juzgamientos pre-judiciales (justicia estatal, ordinaria), juzgamientos cuyos valores no son ya el debido proceso, las garantías, la protección de ciertos bienes jurídicos, sino la imagen, el ráting, las pautas publicitarias, el interés mediático, el dramatismo.

Así, cobran forma programas televisivos que, atendiendo a criterios no morales sino comerciales, eligen determinadas conductas típicas para someterlas a una investigación novedosa: se somete al culpable (dado que nunca tuvo la posibilidad de ser considerado inocente) a trampas vigiladas por cámaras ocultas a la espera de que realice aquello que el fiscal televisivo (imaginemos que este papel lo cumple la producción del programa) entiende que es un delito. En algunos casos, mostrándose claramente la irregularidad de su conducta y en otros, solamente se muestra no otra cosa que una conducta ambigua que no termina de definir qué delito cometió el culpable. Al homo videns no le interesa mucho si es o no delito lo que el culpable hace, en tanto la imagen sea con colores distorsionados, provenga de un incómodo ángulo (propio de toda cámara oculta) y tenga la inclusión de los diálogos en formato escrito. Basta con eso.

Estas prácticas de lo que para mí es el inicio de lo que podría pensarse como una video justicia, tienen ciertas notas puntuales. En primer lugar no dejan margen para el error: una vez que el fiscal-productor decide que el culpable tiene la calidad de tal (insisto en que jamás pudo ser considerado inocente ni supo que estaba entregado a un proceso de justicia), no hay marcha atrás: su nombre, rostro, entorno, casa, vestimenta, timbre de voz, auto, familiares, amistades, profesión, hobby, etc., queda expuesto frente a la sociedad toda. Ya no solo es culpable para el nuevo fiscal, sino para los video-jueces, para el homo videns en general. No hay marcha atrás: esa persona está estigmatizada de por vida. Ahora:

¿Qué ocurre si el fiscal se equivoca y el culpable no era tal?

Aun hay otras notas características: el análisis del fiscal televisivo es llevado a la justicia luego de ser presentado al homo videns. Esto es lógico en tanto lo que ocurra en la justicia del estado es casi irrelevante; el juicio televisivo ya fue hecho y la condena ya está hecha a la luz del criterio nulo del homo videns. Esa persona que aparece en una imagen confusa diciendo tal o cual cosa, con el subtitulado por debajo, ya fue declarada culpable. El martillo del fiscal televisivo golpea la mesa y como dice Rolando Graña “Señores, el delito ya está comprobado”.

¿Y la condena?

Tal vez sea en este marco donde ya los peligros resultan extremos. El homo videns, como dije arriba, es exaltable y puede rápidamente ser influenciado por la violencia.

Esto se manifiesta con los nuevos ajusticiamientos que plantean los programas televisivos que insertan estos video juicios. Se han dado supuestos donde dentro de ese juicio televisivo se incluyen corridas del fiscal televisivo para con el ya declarado culpable, al son de “¡este hombre es un pedófilo!”, o supuestos donde el propio barrio ha querido linchar al ya declarado culpable, ni bien se enteraron del video juicio y de la sentencia que le llega por televisión.

Alguna vez me dijeron que el principio de inocencia tiene una idea básica de fondo: es preferible uno, dos tres o seis culpables libres, a que el Estado tenga la posibilidad de encerrar a un solo inocente. Se prefiere estarse a la inmunidad del inocente aun a costa de la impunidad de un culpable.

La video justicia no parece tener parámetros o principios limitadores. Por el contrario, el sustento axiológico es nulo, es comercial y basado en la renta. El juicio es un producto que se vende. Es más: primero se decide que producto-delito vender-perseguir, se cuida el rating, las pautas, y luego se vende efectivamente para su consumo. Como correlato, casi de manera secundaria, se entrega el material a la justicia estatal.

Los peligros de esta video justicia son altos. Con un juicio-producto, un juez indeterminado (masa de receptores atontados) y un fiscal empresario, el cóctel no parece muy alentador.

El problema será el día en que se comience a consumir más y más este tipo de productos. Que realmente se forje una idea de justicia popular televisiva o una suerte de reality cuya criminalización secundaria responde a criterios aun más viciados que los que tiene la persecución estatal (hoy el jugo está en la estafa, los delitos sexuales, etc.).

Y no es cuestión de hacer la falsa pregunta de qué pasará el día en que ajusticien a un ya declarado culpable, que resulte luego ser inocente. El problema será el día en que efectivamente ajusticien a alguien de propia mano. Sea culpable o inocente.


Post de Tomás Marino que pueden ver en Quiero ser abogado. Click en el enlace.

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