Y después de acabar la facultad de derecho… ¿qué sigue?

Compartimos los consejos del exitoso abogado Francis Lee Bailey.

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Y después de acabar la facultad de derecho… ¿qué sigue? Esta es una pregunta que muchos nos hemos hecho. Es normal, y hasta inevitable, que después de un largo proceso académico tengamos dudas acerca de qué camino tomar, sobre todo porque la carrera de derecho ofrece muchas alternativas, y no es fácil decantarse por alguna de ellas. Por eso queremos compartir con ustedes un fragmento del libro Cómo se ganan los juicios. El abogado litigante, del exitoso abogado Francis Lee Bailey, cuyos consejos estamos seguros que les serán de mucha ayuda.


Durante su último año de estudios, usted estará sumamente ocu­pado, aguardando con ansiedad el momento en que tenga que graduarse y presentar el examen de admisión al colegio de aboga­dos. Pero este es el año en que usted tendrá que pensar en serio cómo continuar y completar su preparación. Tendrá diversas opciones. Como la primera y la mejor de ellas, yo le recomendaría la de trabajar como asistente de un juez instructor. Especialmente, si usted acaba de graduarse, este es el empleo ideal para aceptarlo en ese momento, ya que no lleva el riesgo de convertirse en uno de un carácter más permanente. Los jueces suelen cambiar a sus ayudantes cada uno o dos años, y la experiencia de trabajar con un juez instructor puede ser muy valiosa.

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Ante todo, a usted le darán un asiento en el palco del juez que es el mejor lugar para estudiar el desempeño de los abogados. Además, podrá observar los procedimientos desde un punto de vista venta­joso, ya que usted, en su papel de auxiliar del juez, estará enterado de todas las mociones preliminares, además del material nuevo que se vea en el juicio, como son las deposiciones de los testigos, las prue­bas documentales y otro tipo de evidencia que los abogados habían acumulado mientras preparaban el caso para el juicio por jurado.

En segundo lugar, usted tendrá el privilegio de presenciar un proceso íntimo y oculto a los ojos de un abogado, incluso, del más avezado, y ver cómo trabaja la mente de un juez cuando toma una decisión. Una de sus principales responsabilidades será la de ayu­darle al juez en la investigación legal, lo cual le dará muchas ocasiones para discutir con él los puntos de Litigio o precedentes, para saber cuáles fueron los factores que lo indujeron a dictar el fallo.

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La tercera ventaja y la más importante para quienes desean dedicarse a la práctica de litigios, es la de aprender en qué consiste el buen desempeño de un abogado litigante, visto por los ojos de un juez; qué tipos de estrategias son las más efectivas, cuáles métodos lo dejan inconmovible. Las críticas u otras observaciones que haga el juez sobre el desempeño de los abogados que trabajan ante él serán sumamente valiosas y usted podrá aprovecharlas para mejorar de manera considerable su propia eficacia cuando sea su tumo de desempeñarse en pleno tribunal. Después de haber visto los errores que más le irritan al juez— y, de seguro, usted verá muchos errores —usted estará mejor preparado para evitarlos en su vida profesional.

Si no logra obtener dicho puesto (o después de trabajar para un juez un año o dos), el siguiente paso es buscar empleo en el despacho de alguno de los abogados que se especializan en litigios. Estos profesionales pueden dividirse en varios grupos, según la función que desempeñan en los tribunales o la especialidad que tengan, como se describe a continuación:

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1. La Fiscalía

En los EE. UU. estos abogados llevan la carga de la prueba en los casos penales, y todos ellos son funcionarios públicos. Después de un periodo de aprendizaje relativamente breve, un joven abogado ya puede representar al Estado ante los tribunales; si usted demuestra que tiene talento (y espera que sepa hacerlo, después de haber puesto tanto esfuerzo en prepararse para el ma­nejo de litigios), la promoción es rápida y pronto le asignarán casos de mayor responsabilidad. Si el cliente es una persona moral y no una persona física, usualmente se opondrá menos a que un caso difícil se confíe a un principiante por la simple razón de que una empresa puede darse el lujo de perder, aunque debiera ganar. Las personas físicas son mucho más exigentes y se sienten más seguras cuando tienen que ponerse en manos de un abogado que ya pinta canas, por los muchos años de batallar en los tribunales. (A usted, tampoco le agradaría saber que el médico que le hará un trasplante de corazón, jamás había ejecutado antes ese tipo de cirugía.)

El oficio de fiscal ofrece mucha experiencia y los abogados jóvenes hacen bien en verlo como un trampolín para pasar al trabajo de defensa en la práctica privada. Usted tendrá muchas ocasiones para aprender a “presentar un caso”, porque esa será su tarea principal. Tendrá mucho menos experiencia en cuanto al interro­gatorio, porque los abogados defensores en juicios penales gene­ralmente no llaman a muchos testigos; recuerde que ellos no tratan de demostrar nada, su función principal consiste en suscitar dudas. Salvo raros casos usted no tendrá la oportunidad de interrogar a un acusado, ya que él no testificará y si acaso testifica, ya no le quedará nada por hacer, porque los jurados usualmente tienden a concederle demasiado crédito: “él sabe mejor que nadie si es o no culpable” y, si les cae bien, encontrarán alguna manera de creerle y de absolverlo, por ominosa que fuera la evidencia aducida por usted.

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2. Defensor de oficio

Entre estos profesionales pueden distin­guirse dos grupos del todo diferentes; abogados defensores de oficio y los de la práctica privada; aunque muchos del primer grupo, en algún punto de su carrera, deciden integrar al segundo. El defensor de oficio es funcionario público y le paga el Estado por representar a las personas que no pueden pagar los honorarios de un abogado privado. En los EE. UU., los acusados indigentes probablemente constituyen la mayoría de las personas que llegan a nuestros tribu­nales penales. El de defensor de oficio, así como el de fiscal, es un puesto excelente para adquirir mucha experiencia en litigios en poco tiempo. Especialmente en lo que se refiere al interrogatorio y al alegato final, y el principiante tendrá muchas oportunidades de perfeccionar sus técnicas y habilidades en ambos procedimientos.

En los tribunales estatales de los EE. UU., los defensores de oficio tienen mucho trabajo, ya que manejan una gran parte de los casos penales; no así, en los tribunales federales, donde los casos que se ventilan usualmente se refieren a otros tipos de delitos, como son los distintos tipos de fraude, evasión de impuestos y otros similares, de modo que las partes, usualmente, pueden darse el lujo de pagar los servicios de un abogado. En estos casos comúnmente intervienen los abogados defensores de la práctica privada. Es raro que un caso de esta índole se confíe a alguien que acaba de graduarse en la Facultad de Derecho, porque las personas asustadas por lo general quieren lo mejor que puedan conseguir, y según su manera de pensar eso implica una larga experiencia.

Edward Bennett Williams me advirtió, el día en que ingresé al Colegio de Abogados de Massachusetts, que uno de los problemas más difíciles que esperan a un penalista joven que decide establecer su propio bufete, consiste en persuadir a los clientes de permitir que otro abogado, aparte de él, manejara la defensa. En realidad, esa advertencia sigue siendo válida veintiún años después. Sin embargo, si usted forma parte del personal de un abogado ya acreditado y con cierta experiencia, él recomendará los servidos de usted a muchos de sus clientes. Si él menciona que usted ha ejercido en varios litigios importantes ya sea como fiscal o bien como defensor de oficio, les convencerá fácilmente que pueden confiar en la capacidad de usted. Si usted trabaja en un bufete de abogados, la mayor parte del tiempo le pedirán que secunde a un abogado defensor de más experiencia y a veces, de ejercer solo en los casos que le encarguen, y esto es una experiencia excelente. De todos modos, mientras alguien no descubra cómo pueden enseñarse en el aula las técnicas del interrogatorio, los abogados principiantes ten­drán que aprenderlas fuera de la escuela, observando el desempeño de los abogados de defensa en los juicios penales. Los abogados penalistas usualmente figuran entre los mejores interrogadores del colegio de litigantes, por la simple razón de que dependen del arte de la repregunta para cumplir con su cometido: el de sembrar dudas.

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3. Abogado civilista

Es uno de los grupos más ocupados en el gremio de abogados litigantes, y probablemente el más numeroso es el de quienes se especializan en casos de daños y perjuicios.

Los abogados de daños y perjuicios representan a los clientes que han sido perjudicados de alguna manera por alguien a quien se le puede hacer responsable del daño, y que tiene medios para pagar. Normalmente, los casos de este tipo se manejan a base de un contrato llamado “de contingencia” o condicional: el cliente no paga nada a cuenta de honorarios ni cantidad fija por hora de trabajo y, a menudo el abogado se com­promete a adelantar los costos del proceso. Su recompensa viene solamente si hay una indemnización, en cuyo caso recibe cierto porcentaje de esta que suele ser del orden del 25 al 40 por ciento de la indemnización. Los honorarios contingentes o condicionales son objeto de controversias, porque en cierta forma convierten al abo­gado en un socio de la parte demandante, lo motivan a promover litigios innecesariamente y “abultar” o exagerar el valor del daño, con el fin de aumentar sus honorarios. Por otra parte, está el argumento de que el sistema de los honorarios contingentes o condicionales les ofrece a las personas perjudicadas y sin dinero la posibilidad de contratar al abogado mejor calificado, para manejar sus reclamaciones en contra de compañías que, esas sí, pueden pagar los servicios de los mejores abogados de la barra. Si bien ambas posiciones tienen su mérito, el uso de los honorarios contingentes es una práctica firmemente establecida desde hace tanto tiempo, que sería muy difícil erradicarla o sustituirla con otra.

Un abogado principiante que opta por manejar los casos de daños y perjuicios, difícilmente se libra de problemas financieros en los primeros años. En la mayor parte de esos casos, un arreglo por mediación tarda por lo menos seis meses, y si hay que seguir con un juicio y varias apelaciones, entonces el caso puede tardar muchos años. Como no se reciben honorarios hasta que el caso termine y, mientras tanto el dinero se escurre en investigaciones y otros gastos, lo mejor es comenzar ofreciendo sus servicios a un bufete de abo­gados de corporaciones que tengan los gabinetes repletos de tales casos, e ir abriéndose el camino, con miras a una práctica indepen­diente, mientras no se tenga suficiente clientela para “lanzarse” por su propia cuenta. Desde luego en el momento de separarse del bufete cuyos casos usted manejaba, habrá que rendir un informe bien claro sobre el estado de los casos que estaban a su cargo. Aunque no lo crea, ese tipo de arreglos es muy común.

Los litigios por daño y perjuicios ofrecen una buena experiencia en todos los procedimientos de un juicio y especialmente en el de la presentación del caso, puesto que la mayor parte del tiempo, usted, tendrá la carga de la prueba. Además, a diferencia del trabajo de fiscal, el manejo de las reclamaciones por daños y perjuicios requieren mucha habilidad para el interrogatorio, especialmente en el de los peritos. La principal diferencia entre los juicios de casos penales y los civiles consiste en que la parte acusada en una causa civil por lo general casi siempre se vale de testimonios y, si el acusado no opta por testificar, entonces la parte demandante puede tratarlo como a un testigo hostil e interrogarlo como si hubiese sido colocado en el estrado por su propio abogado. Un abogado litigante capaz que se destaque en el campo de los daños y perjuicios, a menudo está llamado a manejar en los tribunales de litigio los casos que no pueden arreglarse de otra manera y que le remiten los abogados dedicados a un tipo de práctica diferente. Por tanto, lo mismo que todos los litigantes hábiles, con excepción de quienes trabajan para el Estado, se pueden tener muy buenos ingresos también en dicha especialidad.

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4. Abogado civilista de defensa

Estos son los abogados que manejan la defensa en los casos originalmente entablados por aquellos que se especializan en demandas de daños y perjuicios. Por lo general sus honorarios son por hora o por día, aunque es bien sabido que mu­chos de ellos “ajustan” sus horarios y los aumentan o los rebajan ligeramente, según sea el caso y el resultado que esperan obtener. Si bien ellos no se benefician de los golpes de suerte, como los que ocurren en una demanda por daño (o sea, grandes honorarios por un juicio breve, porque fueron grandes los daños sufridos por el cliente), tienen asegurados los honorarios cada vez que trabajan.

Sus clientes principales son las compañías de seguros, que contratan sus servi­cios en forma regular, a diferencia de la víctima de un accidente que jamás vuelve a ver al abogado que manejó su demanda por daños y perjuicios, una vez que termine su caso. Los abogados defensores de las compañías de seguros tienden a ser más conservadores que aquellos que representan a los demandantes, pero su preparación debe ser excelente porque sus normas de profesionalismo y de competencia estarán sujetos a un examen cuidadoso por parte de los clientes. Como en este trabajo el cliente es una institución y como un abogado principiante tiene mayores posibilidades de manejar casos importantes de las que tendría en el área de daños y perjuicios, esta especialidad implica una vida muy ocupada con muchos juicios ventilándose en todo momento, y la experiencia se va adquiriendo rápidamente. Tanto los abogados que representan a los demandantes, como sus colegas civilistas, tienen a su cargo gran parte de las negociaciones que se llevan a cabo en tomo a la cuestión abstracta de poner un valor en pesos y centavos al dolor, al sufrimiento, a la invalidez o a la muerte.

Empero, es necesaria una advertencia respecto a este tipo de práctica. Hay quienes alegan que los abogados civilistas tienden a provocar el rezago de los juicios, haciendo que los casos se atasquen en los tribunales: cuanto más tiempo invierte el abogado en un caso, mayores serán sus honorarios. Sin embargo, la culpa la tiene usualmente el cliente. Si la compañía de seguros se halla en pro­blemas económicos, tratará de prolongar el pleito con ofertas ina­decuadas de pago, y no autorizará un arreglo hasta que no mejore su situación financiera. Este tipo de conducta no da prestigio a nadie y espero que el lector, así como todo abogado litigante, evite estas situaciones. Si un hombre ha sufrido un daño y la responsabilidad de repararlo es de su cliente, es justo que se le indemnice con una cantidad adecuada, lo más pronto posible y no dentro de diez años. Espero que su integridad personal significará más para usted que los honorarios recibidos, cuando ya pueda cerrar el caso y relegar el expediente al archivo.

En este contexto, es propio mencionar un tipo de casos que plagan nuestros tribunales, o sea las demandas de indemnización frívolas. Todos saben que los litigios cuestan, y, desde el punto de vista económico, es más conveniente, mediar esos pleitos que pe­learlos. Sin embargo, sucede que estos casos se van multiplicando, aunque lo más que se logre, se limita a un pago parcial o simbólico. Si hay suficientes de ellos, un abogado puede ganarse la vida, incluso cuando no consiga crearse una clientela con casos impor­tantes. Dichos casos se acumulan en nuestros tribunales porque algunos abogados los promueven y otros desisten de la defensa con demasiada facilidad. Ambos grupos debieran renunciar a tales prácticas que en realidad constituyen un abuso del privilegio de ser abogado.

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5. Abogado militar

Si usted está a punto de decidir su futuro y le atraen igualmente la carrera de abogado y la militar, sepa que una no excluye a la otra. Incluso, si usted ya se ha enlistado, el ejército puede darle licencia u otras facilidades para estudiar derecho, ya que las fuerzas armadas de los EE. UU. siempre necesitan abogados. La vida allí es buena, la paga es adecuada para un principiante, y la experiencia que se adquiere es maravillosa. Yo hablo de ello porque fue en el Cuerpo de Marina de los Estados Unidos donde aprendí a litigar a la edad de veintiún años. Yo no sabía nada de derecho, ni de cortes marciales, pero eran los tiempos de guerra y no había suficientes profesionales para cubrir todos los casos juzgados en las cortes mar­ciales. Entonces el Cuerpo de la Marina recurrió a un sistema interesante, el de designar voluntarios. A mí me admitieron en ese programa como voluntario y muchas de las cosas tratadas en este libro las pude aprender antes de ingresar a la facultad de derecho. Desde entonces, el sistema ha cambiado. Ahora el manejo de los casos en las cortes marciales está a cargo de los profesionales que sean miembros del colegio de abogados de algún estado de EE. UU. y tengan todos los derechos correspondientes. Aún después de graduarse es una buena idea ingresar en el ejército para trabajar en las cortes marciales, si eso no interfiere con el resto de sus planes.

Un juicio de la corte marcial, a diferencia de los que se ventilan en los demás tribunales de los EE. UU., es una experiencia interesante y novedosa en muchos aspectos, sobre todo desde el año 1951, en que se definieron sus procedimientos y el Código Uniforme de Justicia Militar se convirtió en ley. Las normas para la toma de la declaración preliminar y para los procedimientos de instrucción son las mejores y las más completas de cualquier sistema, con lo cual se reduce el riesgo de que algún testimonio o prueba nuevos le sorprendan a uno en el curso del juicio. Además, el derecho a conocer la documenta­ción completa de la causa del fiscal le ayuda al abogado defensor prever cuál será el resultado de un juicio, elegir la táctica más adecuada y proponerla a su cliente o si el caso lo amerita, aconséjele una defensa de descarga u otra alegación.

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En las cortes marciales, el jurado casi siempre está compuesto de oficiales, o sea personas educadas y, a menudo con algún grado universitario. Si el acusado de violar el código militar es un simple soldado, le corresponde el derecho de pedir que una tercera parte del jurado esté compuesta por sus iguales, pero son raros los casos en que se hace esta solicitud. El jurado consta de un mínimo de cinco y un máximo de once miembros, y no existe el requisito de que el veredicto sea unánime; si dos terceras partes o más votan por la condena, entonces habrá una condena; si dos terceras partes del jurado o más votan “no culpable”, entonces el acusado será absuelto. No hay jurados en desacuerdo, y por lo general los veredictos se emiten con rapidez. A los jurados militares se les permite tomar notas, interrogar a los testigos, y llamar a testigos propios, si consi­deran que el abogado ha omitido llamar a alguien de importancia. También ellos son los que dictan la sentencia, que es una función reservada únicamente al juez, en todos los tribunales federales y estatales de los EE.UU. Aunque en el ejército, se puede renunciar al derecho de un juicio por jurado y ser juzgado por un juez, yo solamente he tenido la ocasión de ejercer en uno de estos juicios, en los veintiocho años de práctica en cortes marciales.

La experiencia que se adquiere en las cortes marciales está limitada a los casos penales, pero abarca toda clase y grado de delitos y representa una preparación excelente para un joven penalista. Si el lector empieza a ejercer su profesión en las cortes marciales, el único inconveniente en que puede pensar es que usted podría sentirse decepcionado con nuestro sistema legal, cuando se separa del ejér­cito y pasa a trabajar en los tribunales estatales y federales. Yo no he dejado de promover juicios en las cortes marciales, cuando me lo pide un cliente, y prefiero manejar estos casos que cualesquier otros litigios.

6. Sección de litigios en las grandes firmas jurídicas

La mayor parte de ellas tienen un departamento de litigios y el lector que sepa adap­tarse al ambiente complejo de estos bufetes, con su administración compleja y jerarquizada, normas de trabajo y políticas internas, encontrará allí muchas oportunidades para desarrollarse. Es pro­bable que la mayor parte de los litigios sean de carácter civil, y que muchos de ellos sean largos y complejos, de modo que podría usted terminar trabajando en un solo caso durante un año o dos. También es probable que los ascensos sean lentos al principio, pero si usted se ha preparado bien para su trabajo, y logra demostrar en el foro que tiene un buen juicio y algo de talento, podría acelerar su progreso. Lo mismo que en cualquier organización grande, usted tendrá que sujetarse a las políticas de la compañía y, si ello no le agrada, entonces este no es el camino que debe seguir. Por otra parte, el hecho de haber trabajado en un bufete de renombre puede serle muy útil el día en que decida independizarse y establecer su propio bufete, porque usted habrá aprendido mucho sobre la forma de atraer y satisfacer al tipo de clientela que exige solo lo mejor, y que está dispuesta a pagar por ello, o sea, a las empresas importantes.

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7. Diversos

Existen muchas áreas de trabajo abiertas a los abogados litigantes aparte de las incluidas en la clasificación anterior. En todas las oficinas del gobierno ya sea federales o estatales se necesitan abogados litigantes; muchas de ellas tienen su propio departamento legal con abogados litigantes, en tanto que otros dependen del personal del Ministerio Público. Algunas de las grandes compañías que frecuentemente están en litigio también tienen su propio personal para estos asuntos, aunque la mayor parte de ellas prefieren pasarlos a los grandes bufetes jurídicos ya mencionados. Finalmente, existe un gran volumen de casos de carácter contencioso-administrativo que se ventilan constantemente ante los paneles de peritos, comisiones, árbitros y ante los jueces que sesionan sin un jurado; desde luego este trabajo no le deparará las sorpresas ni satisfacciones que un juicio por jurado, y tiene la desventaja de que a menudo se complica por cuestiones de política, pero la experiencia que se adquiere es muy valiosa.

En pocas palabras, hay oportunidades más que suficientes para cualquier joven abogado que elige como carrera, la de litigante. Para alguien que esté decidido a destacarse, el campo amplio está abierto. Sin embargo, este es un arduo camino y el avance es lento. La mayor parte de los abogados litigantes de más prestigio y éxito por lo general alcanzan esta posición a sus cuarenta y tantos años y go­zan de ella los siguientes veinte años, aproximadamente. Esta larga espera se debe a que se comienza tarde; o sea, que la mayoría de los graduados salen de la escuela de leyes, sin tener una idea de qué es, en concreto un litigio y, antes de empezar una práctica independiente, tienen que trabajar algunos años como “aprendices”, a fin de adquirir los conocimientos que se les debieron haber impartido. En este campo, simplemente, no hay atajos. Hay cierta cantidad de cosas que deben aprenderse, y cuanto más pronto usted comience más pronto se convertirá en todo un litigante, es decir: un profesional listo para asumir las responsabilidades del abogado principal de la defensa en causas graves, complejas y difíciles. Las cañas pueden inspirar confianza en los clientes, pero no son indispensables para tener un buen juicio, así como el arrojo, y batirse como un león en la línea del frente.

Yo empecé a manejar los casos de asesinato a la edad de veinti­siete años y, desde entonces, no he dejado de hacerlo. He cometido varios errores lamentables, pero, mirando al pasado no encuentro ninguno que se debiera al hecho de haber saltado al foro prematuramente. Es cierto que, por simple casualidad, he tenido que hacer mucho trabajo de carácter legal en el ejército y, después, durante todo el tiempo que estudiara en la facultad de derecho he tenido que ganarme la vida, investigando los casos de un abogado litigante. Admito que perdí más de una clase para presenciar los juicios que yo había ayudado a preparar, pero me beneficié enormemente con esas experiencias. El lector, al planear su futuro, podría fijarse como objetivo, el de ser capaz de actuar como abogado principal de defensa en casi cualquier tipo de causa para cuando cumpla los treinta años. Y no se desanime si su preparación y talento no logran el reconocimiento que merecen, el día en que usted finalmente los demuestre. En mi primer año de ejercer, los amigos de un hombre acusado de asesinato me habían contratado para representarlo. Cuando entré en la celda del reo y me presenté, este me dijo: “¡Hola!… pero dime ¿cuándo viene tu papá? Tú eres el hijo de ese abogado famoso que contrataron para mí, ¿verdad?”. Yo tuve que desengañarlo sutilmente y eso me costó mucho trabajo; no obstante, de que él solo era un poco mayor que yo. Afortunadamente, quince días después pude atrapar en las mentiras al único testigo del fiscal y la acusación fue desechada.

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Recomendaciones para buenos litigantes

Antes de despedirme del lector me gustaría retener su atención para hacer unas últimas observaciones. He tratado de darle a usted una idea del mundo del abogado penalista, sobre lo que hace, y cómo tiene que aprender a hacerlo, si espera ser uno de los mejores. Como yo le indicara al principio, el día en que llega usted a ser abogado litigante, tendrá en sus manos el tremendo poder de influir en las vidas de las demás personas. Con frecuencia ellas pondrán en usted su última es­peranza de obtener la protección a que legalmente tienen el derecho. El poder es una experiencia placentera; pero también puede llevarle por el mal camino, a menos que sea equilibrado con una integridad personal sólida cual una roca. Si este libro encamina hacia mi profesión a alguien que no tenga esa integridad, a nadie le habré hecho un servicio. La integridad es algo absolutamente esencial para un litigante.

Recuerde que su palabra siempre debe ser buena. Ordinariamente tendrá usted los labios sellados por el secreto profesional, pero, cuando hable, sea franco y honesto. Eso simplifica mucho la vida, y le merecerá una reputación de honradez que usted necesita para el trato diario y eficiente con los tribunales, con otros abogados y con los clientes. La verdad es fácil de recordar; basta ejercitar la memoria; yo no puedo enseñarle ningún método para recordar historias fabri­cadas… ni sé si existe; de cualquier modo, a usted nunca debiera hacerle falta. Las únicas mentiras permitidas son las de Santa Claus que se cuentan a los niños y aquellas de que “se ve mejor” o “tiene muy buen semblante”, cuando uno visita a las personas ancianas o enfermas.

También es bueno saber que algunos clientes piensan que un abogado que “lo sabe todo” acerca del complicado sistema legal, también sabrá indicarles por dónde se pondría contravenir unas reglas. Sea muy suspicaz cuando le ofrecen unos honorarios desproporcionadamente altos para el caso y le piden que usted lo maneje. Probablemente albergan la esperanza de que usted les consiga lo que ellos quieren, aunque sea “por el mal camino”. Si se pasa de la línea, por poco que sea, eso basta para tener grandes dificultades con sus colegas, y esta es una situación que no le deseo a nadie.

Si el lector tiene la aptitud esencial para llegar a ser un abogado litigante, y pone todo de su parte para aprender por sí mismo lo que ninguna otra persona puede enseñarle, entonces le espera a usted una carrera que ofrece todo lo que uno puede desear en este mundo: responsabilidad y la capacidad de cumplirla, reconocimiento, res­peto, y la consciencia de servir lealmente a la sociedad, así como una cantidad muy cómoda de dinero. Finalmente, ¡hágalo pero, por favor, no vaya a llegar al fin de su carrera, sin haber hecho algo más que dinero!

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