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El servicio de justicia que brinda el Poder Judicial peruano está diseñado para atender las principales facetas del ciclo vital de las personas, desde su nacimiento e incluso hasta después de su muerte. En tal virtud las sentencias son documentos de carácter social cuyas páginas albergan la definición del destino, el patrimonio o la libertad de las personas. Por ello, la justicia del siglo XXI ha vuelto su mirada hacia el ciudadano, su real destinatario. La primera y segunda década del nuevo siglo son testigos de excepción de los incontables esfuerzos e innumerables acciones desplegados por la impartición de justicia peruana para brindar un servicio más accesible y efectivo a sus usuarios.

No obstante, los avances alcanzados no han logrado aún convencer a los ciudadanos, ni devolverles del todo la fe en una justicia confiable y proba. Nos anteceden décadas de desconexión y desconfianza producto de episodios lamentables que, aunque quisiéramos borrar de nuestra historia, han marcado la conciencia de nuestros pueblos y han quedado tallados en la memoria de nuestra gente. La sociedad aún percibe a la justicia como lejana e inaccesible, y la gobierna el sentimiento que sus tribunales no son el lugar donde le espera una respuesta a sus problemas, pero quién sabe si mayores complicaciones, provocándole nuestra proximidad sentimientos encontrados de necesidad de atención por un lado, y de temor y desazón por el otro. El siglo XXI nos trae entonces una tarea difícil, pero imprescindible: reconciliar la justicia ejercida por nuestros tribunales con la comunidad, siendo el primer paso reconectarse con las personas y para ello es imprescindible aprender a comunicarnos más y mejor.

Hoy sabemos que el servicio de justicia solo puede ser accesible y creíble para los usuarios si estos pueden entender el contenido de las decisiones y comunicaciones judiciales. Ello en buena cuenta es posible transformando el intrincado lenguaje que empleamos los jueces del foro en el marco de los procesos judiciales. En otras palabras, tenemos que “renovar nuestra comunicación para conectar y convencer” y ello supone decodificar nuestras palabras y hacer sencillos nuestros términos. Sólo así la justicia podrá remozar un rostro confiable. Ha llegado la hora de dejar en el pasado los textos judiciales oscuros, imprecisos o complicados, y poner en su lugar comunicaciones sencillas y por todos comprensibles. Como bien señala Manuel Atienza, no debemos confundir la profundidad con la oscuridad: hay argumentos sencillos y profundos; lo oscuro regularmente no refleja profundidad en el pensamiento, sino desorden y caos.

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4 Abr de 2017 @ 10:05

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